Fue así como una valiosa alfombra de seda
cubrió el piso por completo. Era tan fina y brillante que el rey
empalideció de envidia porque en todo su palacio no había otra
igual.
El visir, estupefacto, dijo:
–Esto lo has logrado, oh pescador, pero el rey quiere pedirte otra
cosa: desea que le traigas un niñito de ocho días que le cuente un
cuento que empiece y termine con una mentira.
–¿Conoces tú, oh visir, un niñito de ocho días que sepa hablar?
–preguntó indignado el pescador–. Ni siquiera el hijo del Diablo
sabe hablar a los ocho días, y menos contar un cuento.
–Es inútil discutir –respondió el visir– El rey lo quiere así.
Tienes ocho días de plazo.
El pescador, furioso, regresó a su hogar y contó lo
ocurrido a su esposa.
– No te preocupes ahora por eso –le respondió ella –. Ocho días es
mucho tiempo.
Cuando llegó la mañana del octavo día el pescador dijo a su mujer:
– Hoy es el día. ¡Por Alá! ¿Qué haremos ahora?
– Vé otra vez al aljibe que está debajo del olivo y dí: "Badwia,
tu hermana te saluda y te pide el niño que nació ayer porque lo
necesitamos con urgencia".
– Y¿Tú tambièn eres tan tonta como el visir? Ni el hijo del Diablo
sabe hablar una palabra después de tan sólo ocho días –gritó el
pescador–. ¡Y tú me hablas de niñito de un día!
–Vé y haz lo que te dije –le ordenó con
firmeza su mujer.
Mientras el pescador se dirigía al aljibe,
pensaba: "Hoy es mi último día en este mundo". Y se puso muy
triste. Cuando llegó al lugar indicado hizo lo que su mujer le
había dicho. Una mano salió del pozo, le alcanzó el niño y una voz
le dijo desde la profundidad: "Pronuncia el nombre de Alá sobre
él".
–En nombre de Alá, el bondadoso y compasivo –dijo el pescador, y
regresó a su casa con el niño. Por el camino le dijo a la
criatura:
–Habla, así puedo estar seguro de que no moriré.
Pero el niño comenzó a
llorar como cualquier niño. Entonces
el pescador pensó: "Mi mujer y el
visir se han aliado
para matarme Cuando llegó a la casa,
dijo a los gritos a su esposa:
–¡Aquí está el niño, pero no dice
nada!
Ella respondió:
–Llévalo ante el rey y el visir, allí
hablará. Pide tres almohadas; siéntalo en el medio del diván y
colócale una almohada debajo del brazo derecho, otra debajo del
brazo izquierdo y la tercera detrás de la espalda. Así hablará.
El pescador tomó nuevamente al niño y fue al palacio del rey. El
visir salió a su encuentro, pero cuando comprobó que la criatura
sólo lloraba ''buah... buah..." fue muy contento a
ver al rey y le dijo:
–Por mi honor, acabaremos ahora con el pescador; el niño sólo dice
"buah... buah..." como todos los niños. Llama a los jueces, sabios
y jeques. Como este hombre no ha cumplido, podremos matarlo
delante de todos y tendremos la ley de nuestro lado.
Una vez que toda la concurrencia se hubo
reunido, el rey ordenó al pescador:
–Trae al niño para que nos cuente el cuento de las mentiras.
El hombre pidió las almohadas, los criados las trajeron. Cuando
terminó de acomodar al niño, el rey preguntó:
–¿Es éste el que nos contará el cuento?
Y el niñito contestó:
– ¡Que la paz sea con todos!
Los invitados se extrañaron ante el saludo. El rey, balbuceando,
saludó a su vez y le ordenó:
–Bien, niño, cuéntanos el cuento de las mentiras.
El niñito comenzó:
–En la flor de la juventud abandoné la ciudad al calor del
mediodía. Me encontré con un vendedor de melones y le compré uno
por un dinar. Lo corté en pedazos y en su interior descubrí una
gran ciudad con bazares multicolores, suntuosos palacios y
mezquitas. Me interné en el melón y admiré los edificios. Tambièn
vi gente de muchas razas. Caminé mucho, tanto que alcancé las
afueras de la ciudad. Llegué a campos. Allí encontré una palmera