Cuenta el Paí Luchí que una noche estaba recostado en
un poste de la galería de su rancho cuando escuchó: "glubi pli clu clu
clu clu". El perro paró las orejas en seguida, hecho una antena.
– No se ponga nervioso, Ciclón –dijo el Paí–. Es mi panza que me comenta
que tiene ganas de comer algo. Como no hay nada en el rancho, mejor
salimos a cazar un tatú. ¡Vamos, chamigo!. Y le pidió a su mujer que
alistara la leña para el fuego.
Justo era una noche de luna enorme sobre las flores del aromito,
especial para salir a "ta-tucear", como se decía por el pago. El campo
estaba claro y era fácil ver si algo se movía en el suelo.
– ¡Adelante, Ciclón! – invitó el Paí al perro, que era como un silbido
para cumplir las órdenes. Ciclón se puso a olfatear, y parando las
orejas salió disparando tras un tatú que andaba tomando luna. Corrió y
corrió hasta que el tatú se metió en su cueva. Y detrás, Ciclón,
levantando mucha polvareda.
Paí Luchí se quedó agachado espiando la boca de la cueva mientras los
gruñidos de Ciclón se iban, se iban... y se fueron. Espera que te
espera, el Paí estuvo agachado hasta la salida del sol. Cuando los
pájaros comenzaron a cantar se enderezó frotándose un poco la espalda y
un poco los ojos. Porque los lagrimones hacían agujeros en la tierra.
– ¡Pobre Ciclón! – decía el Paí – . ¡Qué habrá sido de él! Es tan mula
el pobre que siempre quiere salirse con la suya. Y seguro que ese tatú
ladino se lo llevó al centro de la tierra.
Y el Paí se fue a su casa medio encorvado con cara de viernes santo.
– Bueno, chamigo, ánimo – dijo su mujer – . Mejor tómese un mate. Y le
cebó unos amargos llenos de consuelo.
Día tras día el Paí miraba hacia lo lejos, apoyado en el poste,
esperando que el Ciclón apareciera. Pero pasaron los días, las lluvias,
los calores, y floreció de nuevo el aromito. El Paí ya se había
consolado un poco por la pérdida del Ciclón, y había tenido varias
aventuras sin él.
Un día estaba sentado en el patio, frente al brasero, tomando mate con
su mujer, cuando empezaron a escuchar un ruido sordo, como si varios
caballos galoparan por el lado de adentro de la tierra.
–¡Terremoto! –dijo el Paí asustado y se abrazaron muy juntitos con su
mujer, cuidando de que no se les cayera el mate.
–¡Brruumm! –se oyó debajo del brasero, mientras el piso se arqueaba como
un lomo.
¡Brach! hizo la tierra, y en medio de un reventón y de las brasa
desparramadas apareció Ciclón. |