El tío Chiflete le dijo que ya que estaba, podía llevarlas al shopping a pasear
un rato y ver vidrieras. La mamá le dijo:
– Está bien, pero no vuelvan tarde porque estoy por hacer la comida. Tomá Tío
Chiflete este billete de 20 pesos. No gastes más de 10 pesos, y traeme el vuelto.
– Pero por supuesto, no te preocupes, damos una vueltita y volvemos
– dijo el
Tío.
Se fueron muy contentos a tomar el colectivo para el shopping. Cuando
llegaron, las nenas quisieron ir al pelotero.
– Está bien, pero un ratito corto, porque tenemos poco tiempo.
El Tío las llevó, pero ellas se empezaron a pelear a ver quien entraba
primero al pelotero. Y entonces ocurrió un accidente: el tío trató de alzarlas a
las dos a la vez, para que no se pelearan, cuando pisó una pelota que se había
escapado de su lugar, se resbaló y se cayó de cola en el pelotero. No se golpeó,
pero reventó varias pelotas y el ruido asustó a los chicos que estaban cerca.
Cuando se levantó, el encargado del pelotero le dijo que le tenía que comprar
las pelotas que había roto. El tío le dió 5 pesos y se llevó una bolsa con las
pelotas reventadas.
Se fueron enseguida de los juegos porque al tío le daba vergüenza el lío que
había hecho.
En el shopping había muchas cosas interesantes para ver: decorados,
vendedores de golosinas, y bares con mozos que atendían disfrazados y en
patines. También había una fuente llena de luces y chorros de agua. El Tío
Chiflete les dio a las nenas una moneda para tirar al agua y pedir un deseo.
Lara vio un señor que vendía algodón de azúcar, y se abalanzó sobre el carro
y se quiso agarrar un algodón. Franca se lo quiso sacar para devolvérselo al
vendedor, y en la pelea se ensuciaron la ropa, y el algodón se cayó al piso y se
llenó de tierra.
El vendedor se enojó mucho, y le dijo al tío que le tenía que pagar el
algodón que habían arruinado sus sobrinas. El tío se guardó el algodón pegoteado
y sucio en la bolsa, y le dió 3 pesos al vendedor.
Entonces entraron en el supermercado, para ver si tenían unas herramientas
que el tío quería comprar. Y allí ocurrió otro desastre. Resulta que había una
pila de frascos de dulce de frutilla. Como a Lara le gustaba mucho, quiso probar
uno. Y como era muy bajita, trató de agarrar el frasco de abajo de todo de la
pila. La pila se cayó Todos los frascos se cayeron al piso, y algunos se
rompieron haciendo un gran enchastre.
El encargado del supermercado se enojó mucho, y el tío tuvo que pagar por los
frascos rotos. Pero no tenía suficiente plata. Entonces el tío se puso a buscar
en los bolsillos, y encontró algunas cosas que le dejó al encargado en parte de
pago por los frascos rotos: tres monedas de 1 centavo de la República
Dominicana, una figurita vieja, unos tornillos, un sacacorchos, un sello que
decía PAGADO, y unas semillas de cardo. Faltaban dos monedas. Entonces Franca le
dijo al oído al tío:
– ¿Y si vamos a sacar las monedas que tiramos en la fuente?
– Buena idea – dijo el tío, y le explicó al encargado que enseguida iban a
traer las monedas que faltaban.
Cuando llegaron a la fuente, el tío les pidió a las nenas que lo sostuvieran
de los tiradores, para inclinarse a levantar las monedas del fondo de la fuente.
Las nenas se portaron muy bien, porque agarraron fuerte del tirador y hicieron
mucha fuerza para sostener al tío. Pero cuando estaba a punto de alcanzar las
monedas... ¡PLAF!, se rompió un tirador y el tío se cayó al agua.
Toda la gente que estaba comprando se dio vuelta para mirar, y al tío le dio
mucha vergüenza.
– Qué barbaridad, ese señor gordo bañándose en la fuente. – dijo una señora.
– Qué maleducado, como se saca los tiradores delante de todos.
– dijo otra
señora.
– Qué pícaro, robando las monedas que tiran los chicos en la fuente
– dijo
otra.
El tío salió de la fuente, todo colorado y empapado, pero con las monedas en
la mano.
Fueron al supermercado, y finalmente el encargado les dio una bolsa con los
frascos de frutilla rotos.
– Vamos a casa rapidito, antes de que pasen más cosas – dijo el tío, y se
fueron.
Como no tenían más monedas para el colectivo volvieron caminando.
Llegaron sucios, hambrientos y con la lengua afuera.
Cuando Peta la mamá los vio llegar les preguntó:
– ¿Porqué tardaron tanto? ¿Qué compraron?
– Nos pasó de todo – dijo el tío.– Acá te traje unas pelotas reventadas, un
algodón de azúcar todo sucio y pegoteado, y unos frascos de dulce de frutilla
todos rotos.
– No entiendo nada – dijo Peta – ¿Porqué no tiraste todo eso a la basura?
¿Dónde está el vuelto de los 20 pesos? ¿Porqué están todos sucios y transpirados?
¿Adónde te bañaste?
Entonces el tío Chiflete le contó todo lo que había pasado, que se había
gastado toda la plata, que no habían podido comer nada ni comprar nada, que
habían pasado un montón de papelones, y que habían vuelto caminando.
Por último Peta dijo:
– Te hago la última pregunta, Tío Chiflete: ¿me trajiste el limón?
– ¿Limón? ¿qué limón? – preguntó el tío.
– ¡El limón que les mandé a comprar! – dijo la mamá enojada.
– Uyy, el limón... – dijo el tío agarrándose la cabeza. – Con todo lo que
pasó, me olvidé del limón – contestó.
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