Una vez San Pedro lo llamó:
–¡Angelito!
–Mande –le contestó el ángel.
–Andamos con problemas allá en la Tierra –le dijo San Pedro.
–No me diga, San.
–Así es; ven, mira.
San Pedro lo llevó hasta su balcón de nube, desde donde se veía la
Tierra como una manzana acaramelada toda cubierta de maíz tostado.
–Allá hay un chico que nos está dando mucho dolor de halo, un tal
Juancito.
–No me diga, San –le contestó Angelito, distraído.
–Travieso el muchacho –siguió San Pedro, jugando con las llaves para
descargar su preocupación–. Ya van cuatro ángeles de la guarda que nos
gasta. Ninguno puede con él.
–¿Quiere que pruebe yo, don San Pedro?
–Y, ya que estás aquí sin hacer nada
–Ya me estoy yendo . . .
–Espera; no seas tan atropellado. Es una misión peligrosa. Mira que ese
chico nos ha devuelto a un custodio con las alas rotas,
a otro con tres chichones y al
Rafaelito con un ojo negro.
Angelito silba, impresionado
–Claro que el chico no sabía que eran ángeles, pero qué le vamos a
hacer, ése es nuestro secreto.
–Así es, San, no debemos decir nada –le dijo
Angelito, que se moría por contarle a todo el mundo que él era ángel.
–Vamos a intentar contigo –siguió San Pedro–. En primer lugar no vas a
ir a la Tierra volando, como todos, sino en plato volador, que es más
rápido y seguro,
Angelito se puso a saltar de entusiasmo.
–Espera, Angelito, no seas tan atropellado . . .
Angelito salió corriendo, trepó a la cabina y
...10... 9... 8...7...
–Espera, Angelito, que no te di las instrucciones
. . .
–A la orden, mi comandante.
–Primero, vas a ir disfrazado. San Pedro le plegó las alas y después lo
vistió con una camiseta, un pantaloncito y unas zapatillas rotosas.
También le dio una maletita con un guardapolvo y los útiles de la
escuela. Ah, y una pelota de fútbol, claro.
–¿Y qué hacemos con el halo, don San Pedro?
–Cierto, brilla mucho... Por el halo te conocerán. Vamos a esconderlo
adentro de la pelota.
San Pedro la descosió, guardó el halo adentro y
volvió a cerrarla.
–Bueno, me voy. 6... 5... 4...
–Espera, Angelito, no seas tan atropellado... Todavía no te di las señas
del chico oue tienes que custodiar.
San Pedro le tendió un papel y esta vez sí Angelito trepó a su plato
volador y ... 4... 3... 2... 1... ¡Cero!... ¡Hasta la vuelta, don San
Pedro!
Juancito andaba por el campo, solo como siempre, triste y sin amigos.
Había faltado a la escuela y se aburría. Tenía ganas de jugar con
alguien. De pronto le pareció oír un zumbido, allá arriba... Quizás un
avión... pero no. No vio nada por el cielo. Ni nube ni pájaro ni
máquina. |